lunes, 25 de diciembre de 2017

SOBRE UN «INCUNABLE» DE MIGUEL RANCHAL, IMPRESO EN HINOJOSA DEL DUQUE: «LOS PROFESIONALES DE LA MUERTE»



© María Dolores Rubio de Medina, 2017


Es un osado atrevimiento llamar «incunable» a un folleto que no ha sido impreso antes del año 1500, pero en lo tocante a las cosas de mi pueblo, Hinojosa del Duque (Córdoba), no soy objetiva ni razonable. Cualquier descubrimiento de su pasado que haya sido plasmado por escrito, y más una proclama sindicalista publicada en 1931, a la que he tenido acceso gracias a los buenos oficios de Dalmiro García, es para mí algo apoteósico por ser escasos los documentos impresos en Hinojosa que se conservan y a los que podemos acceder. Por esa razón he utilizado, inadecuadamente, la palabra «incunable».

El documento que lleva el impactante titulo de Los profesionales de la muerte, gira sobre la economía minera de uno de nuestros pueblos vecinos: Villanueva del Duque. Se imprimió en la Imprenta Buenestado de Hinojosa del Duque, en 1931 como se dijo, consta de 48 páginas y su autor, Miguel Ranchal, era alcalde de Villanueva del Duque.





Ranchal nació en 1902 en Pozoblanco y fue fusilado en 1940 en una playa de Barcelona; hombre de origines humildes y autodidacta, trabajó como cantero y llegó a ser empleado de minas y diputado provincial. Fue uno de los líderes sindicalistas de UGT en la SMMP (Sociedad Minero Metalúrgica de Peñarroya). Los profesionales de la muerte es una de sus obras más desconocidas, hasta el punto que este documento no es citado en muchas de sus reseñas biográficas, como puede comprobarse en la Cordobapedia. 

Por mi parte, descubrí esta obra a través de la lectura de una entrevista realizada a Miguel Ranchal, y que fue publicada en el periódico Hinojosa, la conservo en unas hojas sueltas que no llevaban fecha. En esta entrevista el propio Miguel hablaba de su «libro», con el tiempo descubrí que había sido impreso en mi pueblo y que era una proclama que resumía los problemas de los trabajadores de las minas de «El Soldado» de Villanueva del Duque. En la línea de los grandes líderes obreros de finales del siglo XIX y de principios del XX, Miguel Ranchal trataba de despertar la conciencia colectiva de los mineros de su tierra como grupo de presión, con el apoyo del sindicato UGT, para que fueran capaces de enfrentarse a los capitalistas explotadores de la SMMP.

La estructura de Los profesionales de la muerte es la siguiente:

  •  Portada y portadilla.
  • «OFRENDA»«A los obreros mineros de la cuenta El Soldado-Villanueva. A los más encarnecidos, a los más atropellados por la jauría explotadora, a los que han dado un rendimiento incalculable después de dejar el jugo vital durante muchos años a una Empresa extranjera, sean lanados al hambre de la forma más cruda y odiosa. A todos dedico este modesto librito, que hace de sus trágicas vidas, un sencillo y justo relato. EL AUTOR».
  • «DOS PALABRAS»Constituye, en realidad, una reiterativa introducción en la que condesa la finalidad del documento.
  • VII Capítulos o apartados.  I (págs. 7-10); II (págs. 11-15); III (págs. 16-21); IV (págs. 23-29); V (págs. 31-36); VI (págs. 37-41); y VII (págs. 7-10). Las palabras «capítulos o apartados» son añadidos míos.
  • ContraportadaRelaciona las obras publicadas por el autor y el precio del documento: 65 céntimos.



Procedo a sintetizar el contenido de los distintos capítulos o apartados. A lo largo de esta entrada, por razones de simplificación, opto por citar el nombre de la compañía por sus siglas, aunque el autor, las escasas veces que la cita, lo hace por su nombre completo en español, pues era una empresa nacida en París. Procedo, pues:

I. En este primer apartado, el autor describe la decadencia de la localidad de Villanueva del Duque, un pueblo que en otros tiempos llegó a tener más de 11.000 habitantes y que en agosto de 1927, ya eran menos de 8.000. Desde el XIX se explotaba La Argentífera y Miguel se lamenta de que muchos obreros residían en la cuenca minera en «pocilgas casi derruidas» (pág. 8); siendo, la localidad, necesariamente, un destino laboral por la insuficiencia de mano de obra, por lo que tuvieron que «admitir centenares de hombres de pueblos limítrofes y lejanos» (pág. 8). 

Lo interesante de este apartado es que nos ilustra sobre los temores de los caciques  locales, curioso siendo el autor alcalde de Villanueva del Duque. Culpabiliza al poder económico local del hecho de que la ciudad no fuera más próspera. Explica que las oficinas de la Compañía no se instalaron en el pueblo, sino en la Cuenca minera, relativamente alejada con los medios de transporte disponibles en la época, porque a los caciques «de carácter hosco, agrio y desconfiado… No les interesa que nadie les interrumpa» (pág. 9). Este problema afectó a la línea de ferrocarril Conquista-Fuente Arco, que intentó instalarse en los años 1905-06, y que debía surcar el borde de la población. No pudo hacerse por el rechazo de la autoridad local, quien temía que los dueños de las nuevas industrias se hiciesen, además, dueños de la política local.

II. Describe los grandes beneficios que obtuvo la Compañía minera, coincidiendo con la Gran Guerra, y señala uno de los males de esta etapa: el desconocimiento de la legislación social provocaba que los mineros trabajasen 12 o 14 horas, sin que los mismos fueran conscientes de su capacidad para organizarse en sindicatos para exigir el respeto a sus derechos. Esta ausencia del poder obrero daba lugar a que la clase patronal «estuviese a todas sus anchas y haciendo cuanto le daba en gana» (pág. 11). Cuando se organizaban huelgas, la SMMP se negaba a aceptar a los sindicatos como interlocutores. 

Describe el nacimiento del movimiento obrero en la mina de «El Soldado», donde empezaron a crearse los primeros comités obreros, los cuales fueron boicoteados por la empresa, que ofreció cargos y mejores sueldos a los dirigentes [poderoso caballero es don dinero, como diría Quevedo]. En 1915 se constituyeron dos entidades obreras, una bajo los principios de CNT y otra de la UGT. Lamenta la falta de unidad de las centrales sindicales, manifestando su preferencia por las siglas UGT. Tras cierta mejora de las condiciones laborales, tras un periodo de inactividad sindical (1923-1927), se fundó un solo centro obrero, adscrito a la UGT. Villanueva, a consecuencia de los despidos y las inmigraciones realizadas por los parados en busca de trabajo, acabó convertida en un desierto (pág. 15).

III. En este apartado describe como, a principios de 1927, la sección sindical fue asentándose y acaparando poder hasta ingresar en la Federación Regional de Sindicatos de Peñarroya, que formaba parte de la Federación Nacional de Mineros en la UGT. El sindicato pretendía despertar la consciencia colectiva de los obreros, de los despedidos y de sus familias, los cuales, al no tener empleo, se veían obligados a pedir limosna para subsistir, a consecuencia del agotamiento de la Caja de Socorros del sindicato.

IV. En esta parte, Ranchal escribe que las caravanas de obreros despedidos se habían formado, según la empresa, por «el agotamiento del plomo». En su opinión, aunque la empresa no obtenía las ganancias de antes, el material no se había agotado, pues el pozo «Luisa» era viable. Parte de los trabajadores despedidos se recolocaron en la mina de plomo de «El Hoyo» (Ciudad Real). Ranchal denuncia practicas que con el tiempo acabarían siendo prohibidas: la existencia de economatos propiedad de la empresa de obligado uso por los trabajadores. Los mineros se veían obligados a adquirir productos en la cantina de la empresa; por si fuera poco, las viviendas, la barbería y el casino también eran propiedad de la empresa. A la SMMP sólo le faltaba ser dueña del sol y del aire, se lamentaba. Esa reinserción en «El Hoyo», a pesar de ser minas pertenecientes a la misma compañía, se realizó como si los obreros despedidos fueran nuevos, por lo que los trabajadores de «El Soldado» perdieron su antigüedad laboral de 10-15 años, recibiendo, en consecuencia, sueldos más bajos. Esa es una de las practicas que intentaba eliminar la la Federación Nacional de Mineros.

V. En este capítulo expone la escasa inversión que había realizado la Compañía en las minas para evitar los accidentes laborales. Denuncia que el 90% de los accidentes obedecían a ese motivo (pág. 33). Los hombres dedicados consolidar la estructura de las galerías para evitar derrumbes eran insuficientes; la producción era sacada al exterior con un relevo de 50 obreros, en lugar de 80, como hubiera sido preciso (pág. 34). El incumplimiento de la «Ley de Policía Minera» fue el origen de buena parte de los accidentes, pues establecía que ningún obrero podía trabajar solo en la mina, norma que era sistemáticamente incumplida. Durante la lectura de esta parte se comprende el título del documento: la falta de implantación de medidas que evitasen los riesgos laborales provocaba que, ante el altísimo paro, los obreros aceptasen realizar labores en lugares inseguros. Esos hombres eran, más que otra cosa, profesionales de la muerte, a la que están abocados al menor accidente.

VI. La labor realizada por la SMMP era propia de un «Plan de economías tan desequilibrado» que lanzaba a miles de obreros a la calle (pág. 37). Se centraba en aplicar despidos masivos para que sus negocios «salgan arriba» (pág. 39). Puntualiza que el plan era desequilibrado porque la empresa no podía exigir la misma producción con menos hombres. Concluye que el establecimiento de esa política había generado, sin embargo, excelentes resultados en términos de ganancias para la empresa, a los trabajadores solo les quedaba resignarse en el paro y la miseria o empezar en peores condiciones en la mina de «El Hoyo».

VII. Finalmente, trata de desenmascarar la política de la empresa, asegurando que la mina no estaba agotada y que la extracción del plomo solo podía lograrse con el esfuerzo de los hombres, cosa que no quería tener en cuenta la empresa, la cual «vive a la espera de tiempos que ofrezcan mejor bonanza» (pág. 42). Reconoce que aunque el precio de la tonelada de plomo había bajado, no lo había hecho hasta el punto de que la empresa perdiera dinero. 

Concluye diciendo que con sus palabras solo ha pretendido recordar la situación pasada, la presente y el provenir, e «intentar, por lo menos, la creación de una conciencia rectilínea entre los obreros que nos lean» (pág. 45) con la finalidad de que respondan a las indicaciones de la organización obrera, en concreto de la Federación de Obreros Mineros (UGT), con la pretensión de lograr mejoras en sus condiciones laborales.

El resumen expuesto de Los profesionales de la muerte sintetiza el contenido del «libro»; sin embargo, es preciso señalar que Ranchal, en muchas ocasiones, no realiza un relato cronológico de los acontecimientos. Su narración tiene saltos temporales que van adelante y para atrás, lo que dificulta la lectura y la compresión de los hechos históricos narrados. Se trata de un texto reiterativo y, en ocasiones, las ideas se exponen de forma muy desordenada, como si el autor no hubiera dispuesto de tiempo necesario para corregirlo en profundidad. Cabe pensar también, que mi impresión pudiera ser errónea y que la reiteración de los hechos había sido expresamente buscada por el autor. No hay que olvidar al colectivo al que va dirigida la obra, tampoco la influencia que hubiera podido tener en la redacción del documento la deformación profesional sindical del autor. Ranchal, como líder sindical y político, era un hombre muy acostumbrado a reiterar los mensajes ante los mineros y sus votantes para facilitar la compresión y asunción de ideas por parte de un colectivo que estaba escasamente formado.

Narra hechos conocidos por sus destinatarios por lo que no necesitaba detallar los lugares, las personas o los años relacionados con los acontecimientos; sin embargo, su lectura realizada cuando han transcurrido más de 75 años desde su muerte, muestra, por esa ausencia de detalles, un contexto económico, laboral y social de difícil compresión. A diferencia de los mineros a los que iba dirigida la obra, nosotros carecemos de esos datos que son necesarios para colocar la narración en un contexto. Afortunadamente dispongo de otras fuentes que facilitan la compresión de Los profesionales de la muerte, y que procedo a exponer:

1. La repercusión que habría tenido el asentamiento de las oficinas de la Mina de El Soldado en Villanueva del Duque, junto con su personal que hubiera tenido un poder adquisitivo medio-alto, hubiera sido similar a la que ocurrió en la zona de Peñarroya-Pueblonuevo, a consecuencia de la explotación de las minas de carbón por la misma SMMP. Pablo Manuel Rubio Ramos fue testigo de este cambio, pues su infancia transcurrió en un cortijo cercano a Pueblonuevo. Uno de los capítulos de su manuscrito titulado Relatos intranscendentes nos ilustra sobre parte de la historia que obvia Ranchal, también describe el cambio que supuso para la economía agrícola la instalación de los directivos mineros y sus familias en Pueblonuevo. Transcribo literalmente ese relato: 

«A medianos del siglo XIX, el descubrimiento de oro negro en el norte de la provincia de Córdoba, gracias al perro Terrible que tratando de sacar un conejo de la madriguera, desenterró carbón mineral, dio un vuelco en la precaria economía de la zona. El 6 de octubre de 1881 en el número 12 de la Lace Vendôme de París se constituyó la Societé Miniere et Metalurgique de Peñarroya, la S.M.M.P., con capital fundamentalmente extranjero, que explotó no solo las minas de carbón del Valle del Guadiato, sino otras muchas industrias.
Los pueblos de la zona, dedicados hasta entonces desde la más remota antigüedad a la agricultura y ganadería de subsistencia, cambian radicalmente porque muchos trabajadores se desplazan donde pagaban sueldos bajos, pero seguros, con independencia de la climatología. En las proximidades de Peñarroya se erige un pueblo minero al que dan el nombre de Pueblonuevo del Terrible. Al principio formado con chozas como las de los pastores; pero pronto fue un verdadero pueblo moderno con su iglesia dedicada a Santa Barbara y un gran Casino de Sociedad. Estos cambios convierten a la zona en un verdadero emporio industrial, porque la energía que se extraía de las Minas Antolín, San Rafael o el Porvenir y otras explotaciones se utilizaba para la manipulación de los ricos minerales de cobre y plomo del las Minas del Soldado, Villanueva del Duque y Alcaracejos. Todos se beneficiaban de las industrias establecidas en el conocido como «El Cerco», extensa área cercada totalmente, con la fundición de plomo, de hierro y acero, así como otras industrias auxiliares como la yutera, la papelera, fábrica de abonos, hornos y otros talleres complementarios, negocios beneficiados por la traída de agua corriente desde muy lejanos parajes.
Los directivos franceses se construyeron suntuosos chalets, mientras se formaba una población moderna y florecía el comercio donde podían comprarse los más variados productos, ya que el dinero fluía diariamente, aunque el sistema empresarial de la época controlaba con moneda propia la libertad de los empleados. Hasta la mitad del siglo XX ,la mayor parte de los mineros vivían en chozas de junco como los pastores, ya que muchos procedían de medios rurales que optaban por un sueldo seguro, aunque escaso: la sociedad minera no era pródiga con sus obreros.
Además de la creación de un nuevo asentamiento con ayuntamiento propio, unido mucho tiempo después a Peñarroya, se cambió radicalmente la vida de los pueblos y aldeas de las proximidades: Hinojosa, Valsequillo, la Granjuela, Fuenteobejuna y sus aldeas, así como de los cortijos —principalmente de La Toleda y La Patuda–. Estos lugares tenían próximo un pujante comercio plenamente abastecido y una plaza o mercado donde competían los abastecedores en calidad y precio; pero lo más significativo se manifestaba en que cualquier producto de huerta, el vino, la leche o los huevos tenía salida inmediata, acercándose el vendedor a las calles de Peñarroya-Pueblonuevo para colocar el excedente de producción de cada familia campesina. Normalmente se vendía el sobrante del consumo de cada casa, conformada con los productos de la matanza y los que producía el huerto.
El sistema laboral del pequeño terrateniente estaba organizado con distribución de labores. El padre se ocupaba de la labor con la yunta; dando algún real si le salía a los hijos que desde niños, y hasta que se marchaban al servicio militar, pastoreaban el ganado, principalmente cabras; mientras que la madre, cada mañana, se desplazaba con los cántaros de leche, hortalizas o chacinas según fuera la temporada, para visitar a sus habitantes y venderles el producto, trayendo a la vuelta sardinas y otros avituallamientos necesarios».

2. Para Ranchal los explotadores son «las empresas», las «empresas extranjeras» o los «capitalistas», elude citar a la SMMP, en lo posible, con su nombre o el de sus directivos. Mi impresión es que obró con cierta prudencia, por lo que es necesario tirar de otras fuentes para tener cierto conocimiento sobre estas empresas. A lo largo de su análisis, muy certero en cuanto a la explotación de los obreros y la inseguridad laboral, evita poner la decisión de cerrar la mina de la empresa en relación con el contexto económico de la época. La consecuencia es que nos encontramos ante un relato muy poco objetivo, pero justificable por humanidad, al centrarse en el colectivo más golpeado por el crack bursátil de 1929, no hay que olvidar que el folleto se publicó durante los plenos efectos de las consecuencias mundiales de ese descalabro financiero, en 1931.

Afortunadamente, como complemento de las opiniones de Ranchal, tenemos el estudio realizado por Manuel Ángel García Parody: El Germinal del Sur. Conflictos Mineros en el Alto Guadiato (1881-1936), editado por el Centro de Estudios Andaluces, 2009, 227 págs. A través de la lectura de este libro conocemos que la Sociedad Minero Metalúrgica de Peñarroya (SMMP), pese a su nombre tan cordobés, había nacido en la Place Vedôme de París (pág. 28), por esta razón, Ranchal viajó a esta ciudad en defensa de los intereses de los obreros que iban a ser despedidos.




La SMMP agrupó un auténtico emporio industrial, puesto que, como nos ilustra García Parody, el director general de la empresa, Charles Ledoux fue consciente de que producir hulla para el ferrocarril y las industrias locales (pág. 18) no era suficiente para tener una empresa pujante, tenía que ampliarla al sector metalúrgico, industria que sería puesta en funcionamiento con extracción de la hulla. La mina de «El Soldado» fue propiedad de la SMMP desde 1906 a 1932, y era solamente uno de sus centros de trabajo. El imperio comprendía la explotación de minas de plomo en varias localidades de Córdoba, Badajoz, Ciudad Real, Jaén y del extranjero (Francia, Marruecos, Argelia, Túnez, Turquía, Italia y Grecia); de carbón en varias localidades de Córdoba –entre ellas la mina de «El Terrible»– y Puertollano; así mismo disponía de fundiciones de plomo, cinc y desplantación (en localidades de Córdoba, Almería, Ciudad Real, Murcia, Jaén y del extranjero –Francia, Italia, Bélgica, Grecia y Argelia–); plantas químicas, plantas eléctricas, de laminación y de plomo;  fábricas de papel e incluso disponía de una explotación agraria, la finca La Garganta en Ciudad Real; por fuera poco, tenía inversiones en un total de 68 compañías diferentes. Con estos datos, se puede observar que mientras Ranchal se centra en la defensa de los puestos de trabajo de una localidad, aquella de la que era alcalde, para la SMMP la cuenta de resultados dependía de un conjunto de empresas sometidas a las economías de diversos países, y todos ellos estaban inmersos en una crisis económica brutal, derivada del crack de 1929.

García Parody describe las consecuencias que tuvo la crisis económica para la SMMP: «empezó a descentralizar sus centros en España y, en concreto, sus centros fabriles y mineros del norte de la provincia de Córdoba. La empresa ya había exprimido al máximo los recursos existente y las factorías dejaron de ser rentables. Por otra parte, la llegada de aires nuevos con la II República no fue del agrado de los responsables que hasta entonces contaron con la sumisión de las autoridades españolas. Fue el principio del fin de una empresa, ejemplo de la dura explotación capitalista y neo colonial del principio del siglo XX» (pág. 19). No hace falta, a tenor de lo expuesto, comentar que el agotamiento del plomo, que por lo visto no era tan real, fue solo una parte de los motivos del despido de los trabajadores de «El Soldado», los cuales fueron anunciados de forma gradual a partir del 13 de enero de 1932, una vez publicada la obra de Ranchal. 

En Los profesionales de la muerte se echa de menos que Ranchal fuera más exigente y que, aparte de las proclamas humanitarias para evitar que los trabajadores cayeran en la miseria por su despido, no ofreciera más soluciones  a los obreros que su pretensión de agruparlos en un frente sindical común con el que se pretendía combatir los abusos del explotador; sin embargo, descubrimos que esas otras propuestas existieron y que se recogen en la obra de García Parody. Este investigador nos ofrece información de las decisiones que se adoptaron ante unos acontecimientos inevitables. «Miguel Ranchal, secretario de la Sección del Sindicato Minero en Villanueva del Duque y alcalde de la localidad, inició desde ese momento una labor ingente en busca de soluciones al problema de los trabajadores de su localidad que le llevó incluso a desplazarse a París para buscar la compresión de los dirigentes de la Sociedad Minera» (pág. 105). A la postre, solo logró un acuerdo provisional para realizar cierto número de despidos, no de la totalidad de los trabajadores de la mina, pero en 1933 se volvió a los despidos masivos para tratar de cerrar la mina de «El Soldado».

Parece ser que las autoridades españolas actuaron de forma muy ingenua frente a la poderosa SMMP, a pesar de la existencia de informes que acreditaban que era verdad lo que decía Ranchal, que el plomo no estaba agotado. La débil actuación de las autoridades estaba provocada, entre otras cosas, porque –nos informa García Parody–, estaban centradas en tratar de solucionar el problema de la reforma agraria que pretendían llevar adelante.

Ante el inevitable cierre de la mina, Ranchal y su sindicato presentaron un plan:  pretendían seguir con la explotación minera por su cuenta, para lo que solicitaron un préstamo de 250.000 ptas. a la SMMP. La empresa se negó, alegó que otros colectivos solicitarían el mismo tipo de auxilio (pág. 106). Ante el fracaso de la iniciativa, se solicitó ayuda al Gobierno para hacer una cooperativa minera y evitar el desplome de la economía de la zona, pues la fundición de Peñarroya dependía del plomo de las minas de «El Soldado». Sin embargo, pese a todo lo expuesto, fue el triunfo de los sindicatos en la lucha para lograr mejoras obreras el trasfondo de la decisión de la SMMP de cerrar la mina, pues el endurecimiento de la legislación social provocó que tuviera menos ganancia (pág. 106). La normativa requería mayores inversiones en materia de prevención de riesgos laborales –recuérdese los accidentes denunciados por Ranchal–, menores jornadas laborales y mejores salarios.

Para concluir, tras la lectura de El Germinal del Sur, que ofrece otra óptica del mismo problema, hay que resaltar la valentía de un hombre, Ranchal, que se atrevió a enfrentarse a la poderosa SMMP y a su propio gobierno en defensa de la economía y los derechos laborales del pueblo del que era alcalde. Poco tiempo después, tratar de poner en práctica soluciones para «El Soldado» se había vuelto, definitivamente, una cuestión menor para un Gobierno que tenía que preparar el país para la Guerra Civil.



PD. No quiero cerrar esta entrada sin reiterar, de nuevo, mi agradecimiento a Dalmiro García, que hago extensivo a Emiliana Rubio Pérez, ambos responsables de que haya podido realizar esta entrada, al haberme facilitado acceso a ese pequeño «incunable» titulado Los profesionales de la muerte de Miguel Ranchal, que fue impreso en 1931 en Hinojosa del Duque.

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